Por: Juan Moreno
En Ibagué ya no se habla de
tarifas. Se habla de indignación. Cada mes, miles de familias abren el recibo
de energía y aseo con la misma sensación que deja una multa injusta. Pagan más
de lo que entienden. Y lo peor: el servicio no mejora. Lo siguen haciendo
porque no hay alternativa. Y ahí empieza el verdadero problema: el abuso se
volvió costumbre.
La fórmula que nadie explica
El servicio de aseo en Ibagué
se cobra con base en la Resolución CRA 720 de 2015, que fija los componentes
tarifarios para municipios con más de 5.000 usuarios. En el papel es una
metodología técnica. En la práctica, una ecuación imposible de descifrar. La
tarifa tiene tres partes fijas: Comercialización, que es emitir el recibo;
Barrido y limpieza, el servicio visible cuando se presta; y Costo de Limpieza
Urbana, que incluye poda, corte de césped y lavado de zonas públicas. Y tres
variables: recolección y transporte, disposición final y aprovechamiento. Todo
suena técnico. El resultado no: los ibaguereños pagan más que ciudades
similares, como Villavicencio, donde la poda y disposición final cuestan menos.
¿Por qué? Nadie lo explica.
Ibagué Limpia, juez y parte
En 2008 nació Ibagué Limpia,
una empresa de economía mixta creada para supervisar a Interaseo, la
concesionaria encargada del servicio. Pero hay un detalle que desarma toda la
lógica: Interaseo es dueña del 51% de Ibagué Limpia. Es decir, la empresa que debe
ser vigilada es, al mismo tiempo, la que manda en quien la vigila. Un modelo
que en cualquier manual de administración pública sería descrito sin rodeos:
conflicto de interés.
El castigo del estrato medio
Los subsidios apenas
amortiguan el golpe: el estrato 1 recibe 70%, el estrato 2, 40%, y el estrato 3
apenas 15%. Ese último, el que más cumple, es el que siente la soga al cuello.
Pagan como ricos, viven como pobres y reciben servicios que parecen de olvido.
El deber del Concejo
El artículo 32 de la Ley 1551
de 2012 no deja espacio para interpretaciones: los concejales pueden citar a
los representantes legales de las empresas de servicios públicos para que
rindan cuentas. Si no lo hacen, la Superintendencia de Servicios Públicos debe
abrir investigación y sancionar. No es un favor. No es un debate político. Es
control ciudadano.
Una ciudad que debe unirse
Ibagué no necesita más
diagnósticos ni tecnicismos. Necesita que gobierno, Concejo, empresa y
ciudadanía se sienten en la misma mesa y revisen cómo se calcula cada peso que
se cobra. Porque detrás de cada factura hay un hogar que elige entre pagar la
luz o comprar el mercado.
El mensaje es simple
Si el sistema no se revisa, la
desconfianza seguirá creciendo. Y cuando la gente deja de creer, ninguna tarifa
es sostenible. Ibagué merece transparencia, justicia tarifaria y respeto por el
bolsillo del ciudadano. No más excusas disfrazadas de fórmulas. No más empresas
que se vigilan a sí mismas. No más silencio institucional. Ibagué necesita
convertir la indignación en acción. Porque cada peso injusto que se cobra es un
voto de desconfianza más. Y eso, al final, también se paga.