Por: Gustavo Adolfo Osorio Reyes
La visita del presidente
Gustavo Petro a Ibagué dejó al descubierto, una vez más, el profundo nivel de
polarización que vive el país. Días antes de su llegada, los bancos y locales
del centro de la ciudad cubrieron con madera sus ventanales, como si se prepararan
para una tormenta. El ambiente era de tensión, y el eco de los enfrentamientos
políticos se sentía en cada esquina, incluso antes de que el mandatario subiera
a la tarima de la plaza Murillo Toro el viernes.
El miércoles anterior, un
hecho lamentable estremeció al Tolima: un hombre perdió la vida en el sector
del Centenario, en lo que las autoridades investigan como un posible hecho de
carácter político. La coincidencia entre ambos eventos no es menor: el país
parece caminar al filo del fanatismo, donde la intolerancia se ha convertido en
el combustible del discurso público.
La izquierda hace campaña con
odio; la derecha, con venganza. Mientras unos apelan a resentimientos
históricos, los otros promueven el miedo al cambio. Entre ambos extremos se
asfixia una ciudadanía cansada, que no encuentra una voz que represente la sensatez,
el respeto y la esperanza. El país necesita, con urgencia, una campaña de la
esperanza. Una que no divida, sino que reconcilie; que hable de futuro y no de
revancha.
Es necesario recuperar temas
que son de interés general pero que los extremos políticos se han apropiado: la
derecha monopolizó el discurso de la seguridad y la izquierda el de la justicia
social y el medio ambiente. Sin embargo, esos no son temas de bandos, sino
causas de todos. El ciudadano común quiere seguridad sin represión, justicia
social sin populismo, y sostenibilidad sin ideología.
Como prueba de la polarización
actual, en mi última columna titulada “El Show de la Temporada: Petro entre
Palestina y la Murillo Toro”, recibí más de 190 comentarios. Entre ellos,
varios insultos de grueso calibre. Al revisar los perfiles, muchos resultaron
falsos, parte de esas bodegas digitales que existen para atacar de forma
coordinada a quienes opinan diferente. Así se pretende silenciar la crítica y
promover el miedo, cuando lo que deberíamos promover es el debate argumentado y
el respeto.
La política colombiana
necesita urgentemente una tercera vía: una que no se alimente del odio ni de la
venganza, sino de la empatía. Una campaña de la esperanza, capaz de darle voz a
quienes nunca la han tenido, de despolarizar la conversación nacional y de
reconciliar a un país que no soporta más divisiones.