Por: David Mauricio Andrade
Olga Beatriz González es una
mujer con capacidades admirables: una madre dedicada, una empresaria exitosa,
una figura que ha demostrado empuje en distintos escenarios. Pero justamente
por eso, preocupa —y mucho— que en su rol como congresista esté confundiendo el
debate político con violencia de género, tergiversando los conceptos que tanto
ha costado construir.
En una reciente entrevista, la
congresista arremetió contra el diputado Carlos Reyes y el concejal Javier
Mora, asegurando que han ejercido contra ella “violencia política de género
sistemática”. Y es aquí donde debemos hacer una pausa. Porque resulta muy
peligroso —y tristemente conveniente— que hoy cualquier crítica o desacuerdo
hacia una mujer en política se catalogue automáticamente como violencia de
género.
La violencia de género existe,
es real y debe denunciarse. Pero no se puede banalizar para silenciar el
disenso. Reyes y Mora han hecho reparos políticos sobre el liderazgo, la
gestión y las decisiones de Olga B. Nada de eso, por sí solo, constituye violencia
política por razón de género. Si todo lo que incomoda se rotula así, entonces
el concepto pierde fuerza, se desvirtúa y, peor aún, se le resta legitimidad a
los casos verdaderamente dolorosos que enfrentan miles de mujeres en Colombia.
Pero hay algo más grave: hace
menos de un mes, el 4 de julio, en la Casa Liberal de Ibagué, durante una
reunión del Directorio Departamental a la que asistieron más de 15 personas, la
misma Olga Beatriz le pidió perdón a Carlos Reyes. Le dijo que quería arreglar
las cosas, que lo disculpara, que era tiempo de sanar. Fue un momento que
muchos valoraron. Sin embargo, hoy esa misma persona lo insulta en medios, lo
llama "hablador de babosadas", lo acusa de denigrarla. ¿En qué
quedamos? ¿Dónde está la coherencia?
Ese mismo día, por cierto, el
exsenador Mauricio Jaramillo renunció al Partido Liberal. No se puede predicar
respeto y tender la mano por un lado, mientras se agrede por el otro. Si de
verdad se quiere consolidar un liderazgo sólido, hay que empezar por la
coherencia personal.
La congresista tiene una
credencial valiosa. Su elección fue posible gracias al respaldo —sí, de muchos
hombres también— que hoy ella desestima. Carlos Reyes, Javier Mora y otros
tantos liberales han dedicado años a construir partido, hacer equipo, defender
las ideas liberales incluso en épocas adversas. Espantarlos no es liderazgo, es
torpeza política.
Y si de violencia hablamos,
revisemos también el lenguaje que ella misma ha utilizado en sus
intervenciones. Llamar “babosadas” a los argumentos de sus compañeros,
desacreditarlos públicamente, burlarse de su postura: ¿acaso no es eso ejercer
la misma violencia que denuncia? ¿O la violencia política solo existe cuando es
contra ella?
Como bien lo dijo
recientemente un dirigente liberal: violencia con violencia no resuelve nada.
El liberalismo no necesita más fracturas ni rencillas, necesita unidad,
humildad, memoria y respeto por quienes han construido camino.
La unión es la salida. No la
descalificación.