Por: Daniel Ávila
El 8
de marzo, mientras el mundo conmemoraba el Día Internacional de la Mujer,
Ibagué nos dio un doloroso recordatorio de la violencia de género que sigue
azotando nuestro país: el feminicidio de Sharit Alexandra Ciro, joven
estudiante de la Universidad del Tolima. Su cuerpo fue encontrado sin vida en
una zona boscosa de la comuna 6, dejando un vacío profundo en su familia y
amigos. Pero Sharit no es solo una cifra más en las estadísticas. Su muerte es
un reflejo de un sistema que sigue fallando en proteger a las mujeres.
La
violencia de género no es un problema aislado; es una tragedia colectiva. Cada
feminicidio es una vida truncada, un futuro perdido, una contribución a la
sociedad que jamás veremos. Mujeres como Sharit tenían sueños, metas y
proyectos, y hoy ya no podrán alcanzarlos. Este ciclo de violencia no puede
continuar.
¿Qué
estamos haciendo para evitar que se repita? La indignación es válida, pero no
basta. Necesitamos que esa rabia se convierta en acción. Exigimos a las
autoridades respuestas más firmes, más rápidas, que cada feminicidio sea
tratado con la seriedad que merece. Pero también necesitamos que, como
sociedad, cambiemos nuestra mirada hacia la violencia de género. No basta con
lamentar los hechos; es necesario que actuemos. Es hora de que dejemos de ver
esta violencia como algo “normal” y comencemos a erradicarla desde sus raíces.
La
educación es clave para este cambio. Desde las escuelas, los hogares y los
medios de comunicación debemos sensibilizar sobre el respeto y la igualdad. La
violencia no debe ser una opción; el respeto debe ser la norma. Además,
necesitamos políticas públicas eficaces que realmente protejan a las mujeres y
a las víctimas de violencia, que sean aplicadas con celeridad.
El miedo no puede seguir siendo una constante en la vida de las mujeres, ni en sus casas, ni en las universidades, ni en las calles. Es urgente que las mujeres puedan caminar, estudiar, trabajar y vivir sin temor. Hoy, al recordar a Sharit, no dejemos que su nombre se convierta en un eco olvidado. Su caso debe ser el inicio de un cambio profundo en nuestra sociedad. Hasta que todas las mujeres puedan vivir sin miedo y sin violencia, no podemos descansar. La memoria de Sharit, y de todas las víctimas, debe impulsarnos a luchar por un futuro en el que todas las mujeres tengan la libertad de soñar y ser quienes son, sin temor a perderlo todo.