Por: Cesar Picón
Una constante
histórica en Colombia es la desactualización del catastro. En la mayoría del
territorio nacional pasan años y décadas sin que se actualice el valor de cada
predio urbano o rural, lo que impide que los municipios puedan tener mayores
ingresos por concepto de impuesto predial, pero que también genera incentivos
perversos que terminan en una abrumadora inequidad en la distribución de la
tierra y condiciones inapropiadas para el uso y desarrollo del suelo.
No nos vayamos tan
lejos y pongamos un ejemplo local. Ibagué llevaba más de 8 años sin actualizar
su catastro (la Ley establece que debe hacerse cada 5 años), hasta que en el
año 2018 el Alcalde Jaramillo actualizó el catastro de la zona urbana de la
ciudad. Con ello se logró ajustar los avalúos prediales de tal manera que el
Municipio pudo dar un salto significativo en materia de recaudo por impuesto
predial, que es su mayor fuente de recursos propios. El uso que se le ha dado a
esos mayores ingresos a disposición de la Alcaldía es otro debate.
La actualización
del catastro en la zona rural le correspondería a la actual Administración
Municipal, pero pese a que lo estableció como meta en su Plan de Desarrollo ya
a estas alturas se prevé que no la va a cumplir. La consecuencia es que
mientras en la zona urbana de Ibagué cada propietario paga un impuesto
coherente con el avaluó de su predio, allá en la zona rural los propietarios de
casas quintas, negocios y haciendas muy productivas, siguen pagando chichiguas
por concepto de predial; aclaro: no lo hacen de mala fe, seguramente están
dispuestos a pagar lo correspondiente, simplemente ahora están pagando lo que
les están cobrando sobre la base de avalúos obsoletos.
Lo mismo pasa con
la mayoría del suelo rural y en muchas ciudades y pueblos. Según cuentas del
Plan de Desarrollo !Colombia Potencia Mundial de la Vida¡, mas del 90% del área
geográfica del país presenta catastros desactualizados. Para resolver este
asunto, el Gobierno del Cambio se propone lograr un catastro multipropósito en
el 70% del área del país durante este cuatrienio, para de esta manera
fortalecer los ingresos propios de las entidades territoriales (que bien usados
pueden detonar soluciones económicas y sociales que aliviarían la pobreza y el
desempleo), pero sobre todo generar condiciones justas para la tenencia, uso y
desarrollo del suelo.
Que 920
propietarios de predios rurales en Colombia posean más tierra que 2.2 millones
de propietarios, debe decirnos algo. Que de 40 millones de hectáreas de suelo
agrícola apenas 5.3 millones se estén dedicando a la producción agrícola y el
resto dedicada a la ganadería extensiva o peor aún, improductiva, también
invita a la reflexión. Modificar los instrumentos y mecanismos para incentivar
mejores condiciones para la tenencia, uso y distribución de la tierra es una
ambición legitima que, complementada con procesos de formalización y acceso a
conocimiento y crédito, seguramente impactara en que el campo colombiano se
convierta en un verdadero motor del desarrollo, para asegurar el derecho humano
a la alimentación y generar empleo y crecimiento económico exponencial.