Por:
Por: Juan Espinosa
El narcotráfico ya se tomó las ciudades
capitales y los pequeños municipios como Samaniego. Lo sucedido en Samaniego
sucede a diario en nuestro país. Sucede en los barrios periféricos y sucede en
el centro, cuando se ejecutan sicariatos a plena luz del día por luchas entre
mafias locales. Ese crimen organizado, tiene una raíz social, la producción y
el consumo de alucinógenos.
Samaniego, al igual que muchos municipios y al igual que barrios de nuestra ciudad, hacen parte de la ruta del narcotráfico donde se produce cocaína bajo el conocimiento de sus habitantes y sus mandatarios locales. Han asumido para su defensa, y les han vendido para su desgracia, que la única actividad rentable a la que se puede dedicar un campesino es a la siembra de coca. Con el agravante de que estos municipios tienen lugareños y extraños que se desplazan hasta allá a cultivarla, es decir, normalmente gozan de una extra población que ve en el cultivo un negocio, más allá de una única forma de vida.
Y es esta forma de ver lo ilegal, en una forma de vida, la que ha llevado a miles de muertes a lo largo y ancho del país. Sin lugar a dudas, al igual que en Samaniego, la población sabe que hay cultivos, que hay hombres armados, que se nota la ausencia de la justicia, pero aceptan lo irregular y se conforman con decir: !es lo único que podemos hacer¡.
Y es ese silencio cómplice el que algún día cobra víctimas inocentes. Hay víctimas que hacen parte del proceso de producción, transporte y comercialización que de alguna manera mueren en su ley. Pero aquellos ajenos a la producción, pero cómplices en silencio, algún día son alcanzados por la desgracia que conlleva el tráfico de estupefacientes. Y lamentarse ya no es la solución.
Hoy, independiente del resultado de las investigaciones exhaustivas, debemos evaluar cómo hemos contribuimos a la expansión de esta enfermedad social. El narcotráfico ha permeado la política, los negocios, la familia. Hoy es normal ver que una hija tenga una relación sentimental con un narco lavador. Hoy es normal que un amigo mantenga dinero sin explicar su origen. Hoy es normal que los hijos lleven regalos a sus padres bastante suntuosos. Se ha vuelto normal el expendio y consumo de drogas en la calle y en los bares. Ese silencio cómplice de padres, amigos y familiares ha tejido una ola de indiferencia e impunidad.
Y es en ese silencio donde las masacres cobran víctimas inocentes, con lágrimas de dolor que no recuperan la vida y donde queda en la conciencia la tragedia que todos pudimos evitar pero que todos agachamos la mirada y las autoridades han perdido su razón de ser puesto que se han puesto al servicio de estos bandidos.
Desde nuestro poder personal, debemos ponerle freno a este flagelo. Propongo cuatro pasos definitivos:
b) alejarnos del consumo o de consumidores
alrededor nuestro
c) desestimular el consumo en nuestro círculo
social y
d) a través de redes sociales inculcar y
promover el NO A LAS DROGAS.
Entiendo que denunciar sea una tarea intimidante porque le tememos a la represalia, pero dejemos de lamentarnos por el país que tenemos y hagamos aquello que dependa de nosotros y ayudemos a construir una mejor sociedad.