Por:
Por: Inés Yohanna Pinzón
Desde hace tiempo se ha hecho
costumbre en la !tierra ibaguereña¡ apelar a los comentarios negativos,
desobligantes y desalentadores sobre la manera en que es administrada y de paso
como somos administrados. Cansados de
tantas burlas, de vernos expuestos a tantos malos ratos, de tener que ver,
escuchar y transitar por las calles de nuestra ciudad que parecen de la edad
media, hemos terminado resignándonos. La agenda de los ibaguereños se ocupa hoy
más de temas nacionales, mientras lo local se enrarece en un silencio agotador.
La resignación es la
aceptación con conformidad de la adversidad y en general, de lo que se percibe
como perjudicial, algo que resumo en las expresiones cotidianas: !pero que
hacemos, eso es lo que hay. Eso es lo que la tierra da¡ ese aire conforme nos
sumerge en una suerte de abandono.
Pero como mi idea no es
promover el estado de la paciente resignación, y tampoco caer en el lenguaje de
la indignación, porque los dos términos deben ser superados con la acción
positiva, pensé en lo bueno que sería motivar desde la idea de la
multiplicación en la economía del amor.
¿Amor? ¡Si es que ese término
ya no se usa, profe! eso me dirían los estudiantes, a quienes aprovecho
confesarles aquí y ahora que en el esquema de mis prioridades ocupan un
importante lugar: !les amo profundamente¡ han salvado días difíciles, logrando
comprobar que la economía del amor de la que quiero hablar es real y posible.
No hay recurso más escaso que
el amor. Sin embargo, no hay recurso que mejor se comporte ante su uso, dicho
de otra forma: el amor es un recurso que al usarse se multiplica, es un activo
que crece y no se desgasta por el uso. Si todo funcionara bajo esa lógica, no
tendríamos pobreza, por lo menos no tendríamos pobreza afectiva, espiritual y
cívica.
Si esta teoría -que debo
señalar no es propia- fuera aplicable a otras virtudes o emociones cívicas y
políticas, podríamos encontrarnos ante un panorama diferente para la ciudad. Si
se aplicara al respeto, a la transparencia, a la empatía, a la solidaridad, el
resultado sería muy alentador. Todos los sentimientos y las virtudes cívicas
requieren del relacionamiento con otro, y cuanto más necesita uno del otro, más
fácilmente se crece. Desafortunadamente no lo comprendemos de modo pacífico, y
multiplicamos sensaciones corrosivas como la envidia, el chisme y la
negatividad, toda ella transita en el lenguaje cotidiano y no calculamos el
alto costo que pagamos por hacerlo en la vida propia.
Es un error común en estos
tiempos creer que las emociones e incluso la ética son subjetivas, o que
provienen de algo más allá de lo físico, que no podemos controlar. Es algo así como que creemos que nacemos
amorosos o destinados al amor, o que nacemos buenos y destinados a lo bueno, no
es cierto. El amor como la ética son aprendizajes, no están en la subjetividad
de las personas, es propio de la vivificación en sociedad, nos volvemos
amorosos con actos amorosos, empáticos con actos solidarios, transparentes con
actos de verdad y honestidad, respetuosos con actos de reconocimiento hacia el
otro y así, hasta multiplicarnos de modo extraordinario.
Hay que exigirnos, hay que
exigir. No podemos caer en la
resignación y tampoco en la ciega rabia. Hoy los ibaguereños estamos llamados a
multiplicarnos en mejores sensaciones, sentimientos y emociones, podemos
empezar por el lenguaje, que este sea positivo pero realista, que exija y que
no se resigne.