Por:
Por: José Buenaventura
En un país lejano que
conozco muy bien, vivía un hombrecito que pensaba que era un !hombrezote¡, pero
en realidad era solo un ser viviente. Comía, bebía, dormía, se reproducía y,
pare de contar. La gente que lo rodeaba lo adulaba, lo exaltaba y éste
convencido de su buena fama seguía su vida con imponencia convencido totalmente
que era una especie superior. A decir verdad, a mí no me agradaba, en repetidas
oportunidades trate de entablar una conversación para entender por qué tenía
tanta fama, pero era una persona demasiado vacía que no tenía nada más que
hablar que de sí mismo; !recuerdo cuando hice esto, recuerdo cuando hice
aquello, cuando viajé, cuando compr顦¡.
Que hombre más aburrido. Presumía de su falsa perfección, de su falsa
inteligencia, siempre he pensado que las personas inteligentes no tienen
necesidad de demostrarlo, es algo evidente, pero este hombre consideraba que su
inteligencia sobrepasaba la de muchos que lo rodeaba; pero no había leído a
Shakespeare, ni a Kafka, menos a Milan Kundera, jamás había oído de Bukowski,
ni tenía idea de Nietzsche. A pesar de esto, cuando hablaba, alardeaba de sus
dotes, se enaltecía de sus palabras y decía palabras como: efímero, quirurgo,
acuciante, eufemismo, oxímoron, plausible, perdulario, conspicuo; era,
realmente, un desnortado estrambótico y jactancioso, que hablaba cosas
triviales sin ninguna elocuencia. Sabía cómo usar las personas, como manipular
para lograr sus objetivos. Era insensible, cuantas veces vi como paso por
encima de personas en completo estado de indefensión, solo usándolas como
trampolín de sus mezquinos deseos. Ayudaba para ayudarse, daba para recibir,
planeaba cada movimiento en beneficio suyo. El incauto transeúnte lo buscaba y
le pedía ayuda, convencido de su nobleza y humildad, sus promesas y compromisos
jamás eran cumplidos. Un día sentado en la puerta de mi casa aquel hombre me
llamo, !Ey ey escritor¡ con el ceño fruncido le dije: ¡si señor!! -!¿Puedes
escribir un artículo contando sobre mí?¡, un frio invadió mi alma y titubeo mi
voz, se entrecortaron mis palabras: No lo sé, dije con temor. -!te pagaré en
dólares y muy bien¡, lastimosamente últimamente mis libros no se han vendido
muy bien, razón por la cual, no tuve opción más que aceptar. Y pues acá estoy
escribiendo sobre él, tratando de ser lo más gráfico posible, intentando
describir sus cualidades y, abusando del señor lector. Así que señor lector,
verdaderamente necesito aquellos dólares, lea este texto y deme su aprobación;
pues yo estoy convencido que mi cliente quedara feliz con lo que escribí sobre
él, pues el trabajo que me pidió lo estoy haciendo: contando sobre él.