OPINIÓN 10-01-2021
Por: Nelson
Germán Sánchez Pérez –Gersan-
Ahora,
que los tiempos cambian rápidamente y que los ciudadanos tragan menos entero,
se informan más, tienen mayores fuentes de consulta y referencia se viene dando
una nueva moda entre nuestros gobernantes y políticos de oficio: Ser
predicadores, cuasi religiosos, monjes iluminatis, pequeños budas o impulsores
de Krisna en sus intervenciones públicas. De un día para otro se tornaron en estafetas
de la fe, la paz, el amor, la concordia, tomarnos de la mano y juntos marchar
hacia el futuro, para hacer de este año el de las obras, las soluciones y las
salidas, en un vacío esfuerzo fingido de simplificar los problemas. Cambiaron
de hábito (traje) pero no de hábito (práctica habitual: mentir).
Todo
parece corresponder al libreto de imagen, mentira y política, la santísima
trinidad, de tres objetos diferente y un solo “dios” verdadero: ganar la
próxima elección, como bien lo dijo Norma Morandini en su escrito de El País de
España. – y para no salir del cargo- digo yo.
Esa
nueva “homilia” de los políticos nuestros es la comunión entre imagen y
mentira. De la mentira política como una forma de gobernar, que aprovecha esa
condición humana de autoengañarse y de querer escapar de la realidad, según palabras
de Hannah Arendt. Siempre se ha mentido en la política, pero la persuasión gracias
al marketing y la propaganda se tornó en herramienta común desde el poder
político y gobernantes últimamente, con tal sofisticación que invade todos los
rincones sociales, económicos y políticos de la vida actual. Misma
sofisticación que hace precisamente de la mentira y la abstracción de la
realidad una forma de gobernar que va invadiendo a ciertos gobernados, adictos
a las imágenes, como también lo señala Arendt.
Sin
embargo, el enorme hueco y talón de Aquiles que exhiben estos nuevos
“religiosos” de la política es que en el ejercicio real del poder excluyen,
hacen cálculos electorales, presionan por votos y contratos, chantajean contratistas
y funcionarios, apoyan ciertos sectores, localidades o comunidades dependiendo
de si les es beneficioso para sus intereses electorales o económicos.
Los
“neocatequistas” de la política en sus intervenciones públicas, columnas,
discursitos, todo lo han vuelto objeto de opinión, comentar y debatir lo cual no
deja espacio para una separación entre lo importante, lo urgente, lo necesario e
innecesario. Es decir, a todo le hacen perder su valor social como tema
transcendental para la actualidad y el futuro de los ciudadanos.
Introducen
la realidad y la verdad en una especie de eterno espiral, o un bucle, donde
existen múltiples posibilidades para hacerlas fantasiosas, metafísicas, cada
vez más abstractas e inalcanzables porque con ello aseguran su no concreción ni
su responsabilidad sobre el deber validar las mismas, es decir, juegan al
anuncio y la expectativa, a mantener con ello un supuesto salvador que podría
dar solución a todos los problemas si se asegura la obsecuencia, obediencia e
inacción de esa masa “evangelizada”.
Pero
en últimas, lo que en realidad expresan, es su incapacidad e ineptitud, producto
de padecer de paroxismo (la obsesión por la imagen) que les obnubila el juicio
por la seducción que genera venerar su propio retrato y lo que indiscutiblemente
los lleva al terreno de creerse profetas, bueno falsos profetas, del amor, la
paz, la unión y el caminar juntos. Razón tenía el escritor portugués Fernando
Pessoa al decir: “El que inventó el espejo, envenenó el alma”. O para ponernos
a tono con su nivel discursivo actual y como dice la Biblia: Sepulcros
blanqueados.
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