OPINIÓN 07-09-2020
Por: Camilo Ernesto Ossa B.
¡Se trata de libertades y
derechos de los ciudadanos!, pero indudablemente también de pobreza y
desigualdad, pues son las instituciones las encargadas de proteger las
libertades o limitarlas, garantizar los derechos o cercenarlos, generar riqueza
social, crecimiento y desarrollo o pobreza, alcanzar la igualdad real y el bienestar o acrecentar la desigualdad en
nuestra sociedad y nuestro país, que, según el último Índice de Percepción de
la Corrupción -2019- elaborado por Transparencia Internacional, ocupamos el
puesto 97 de 180 países.
La tragedia de un país
consiste en que no haya nada que mantenga a raya las consecuencias de la
ambición o el egoísmo, señala Tim Harford en su libro “El economista
camuflado”, y vaya que tiene la razón, pues la concentración del poder es una
de las causas principales de la corrupción en cualquier territorio.
En días pasados la misma Trasparencia
Internacional hizo pública su preocupación por la alta concentración del poder
en Colombia en manos del ejecutivo y en detrimento de las otras ramas del poder
público. “Se
identifica un debilitamiento de las autoridades descentralizadas locales frente
al Gobierno central, y se han presentado acciones cuestionables del Gobierno
que afectan las libertades de expresión, participación ciudadana y acceso a
información pública”, señaló el organismo internacional.
Es de preocuparnos, pues en
términos de Douglass North, las instituciones representan “restricciones que surgen de la inventiva humana para limitar las
interacciones políticas, económicas y sociales”, dicho de otra forma,
cumplen el papel de impedir la tentación del egoísmo en el ejercicio del poder,
buscando consolidar el poder político.
Las instituciones deben
ser unas aliadas autenticas de la sociedad y no su rival, por esta razón es
inimaginable el daño que
le hace a la democracia aquel que pretenda interferir en su autonomía e
independencia y, por los tiempos que corren, son quienes terminan arrojando a
la sociedad a que tomen la calle, casi como el único soplo de libertad para
exigir con vehemencia atender uno de los problemas más graves que azotan a
Colombia, la corrupción.
Es este el principio, y tal
vez el fin de todos los males, pues existe un “path dependence” entre prosperidad e instituciones políticas y
económicas en cualquier orden, sea nacional, territorial o local, que en su
ideal están concebidas para buscar la igualdad de oportunidades, los incentivos
al emprendimiento, al crecimiento y la inversión en tecnología, acompañado por
un poder político ampliamente pluralista e inclusivo. Tomemos nota.
La evolución incremental de
una sociedad está determinada por el contexto, la historia y la cultura en la
que se forman, por esa razón resulta fundamental tomarnos en serio las
restricciones a las libertades, pues podemos caer en la trampa, sino es que ya
lo hicimos, de proclamar a quienes nos regalan pobreza para vendernos
prosperidad.
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