En el barrio Ambalá de Ibagué, donde las calles son
testigos mudos de la vida cotidiana y también de sus tragedias, aún resuena el
eco de los disparos que, el pasado 18 de mayo, le arrebataron la vida a Héctor
Andrés González Arias. Tenía 32 años y, según su familia, fue mucho más que la
víctima de un homicidio: fue hermano, hijo, trabajador y protector de su
cuadra.
Héctor Andrés nació en Ibagué y, aunque apenas cursó hasta
cuarto de primaria, desde muy joven se dedicó a trabajar. El estudio no le
interesaba tanto como el sustento y el deber. Era el segundo de seis hermanos
y, según su hermana, era quien más pendiente estaba de su mamá. “Él era como el
pudiente de la familia, nos ayudaba en lo que podía”, recuerda con voz serena
pero firme, mientras en sus palabras se cuela la nostalgia.
Vivieron siempre en Ambalá. Allí creció, hizo amistades y,
como dicen sus seres cercanos, se convirtió en una especie de “guardián” del
sector. No toleraba los robos. Si sabía que alguien del barrio había sido
víctima, enfrentaba al responsable, devolvía lo hurtado o lo increpaba. “No le
gustaban los vejámenes. Se acobijó del barrio porque lo quería”, afirma su
hermana.
El día de su muerte, Héctor amanecía en la calle. Había
consumido licor, y como solía hacerlo, llevaba consigo a su perra Kira, una
pitbull de carácter noble, pero fiel a su amo. “Él la amaba, la llevaba a comer
hamburguesas, allá lo conocían como el muchacho de la perrita”, recuerda con
cariño su hermana. Pero esa madrugada, Kira no pudo hacer nada. “Ella solo
atacaba si él decía una palabra. Ese día no la dijo”, cuenta. Desde entonces,
la perra ha estado enferma, ha llorado, y según su familia, parece saber que su
dueño ya no volverá.
Tras el crimen, algunas versiones en medios señalaron que
Héctor pertenecía a una banda delincuencial. Su familia lo desmiente
tajantemente. Aclaran que el apodo con el que lo relacionaron corresponde a
otro hermano, y que nunca estuvo involucrado en estructuras criminales. “Él sí
consumía marihuana, no lo negamos, pero eso no lo hacía una mala persona. No
era agresivo, ni problemático”, afirman.
Uno de los últimos proyectos que tenía Héctor era cambiar
su moto. También quería regalarle una nevera nueva a su mamá. “Ya tenía la
plata y nos iba a dar la sorpresa en junio, con serenata y todo”, relata su
hermana. Pero esa promesa quedó truncada, como tantas cosas más.
Hoy, su ausencia pesa en el corazón de una familia que no
solo enfrenta el dolor del luto, sino también la carga de defender su memoria.
Quieren que la ciudad recuerde a Héctor como lo que fue para ellos: un hombre
sencillo, generoso, protector de los suyos y profundamente humano.
POR: Redacción Judicial El Irreverente Ibagué