José Luis Ríos tenía 50 años. Era un hombre sereno,
responsable, de esos que no levantan la voz ni siquiera para quejarse del
cansancio. Vivía en Ibagué junto a sus suegros y, aunque su esposa trabajaba
como contadora en Bogotá, mantenían una relación sólida a la distancia, tejida
con videollamadas y promesas de reencuentro. José Luis había alcanzado un logro
que lo llenaba de orgullo: se graduó con honores como Administrador en Salud
Ocupacional en la Uniminuto. No era solo un vigilante nocturno; era un hombre
que creía en la educación, en el trabajo honesto, en el esfuerzo como camino de
superación.
La madrugada del jueves 29 de mayo, la vida se le acabó en
el lugar donde pasaba sus noches: el colegio técnico San José, en el sector de
Arrayanes. Eran las 12:20 a.m. cuando, en medio de su ronda habitual, José Luis
notó una presencia extraña. Como siempre lo hacía, encendió su linterna para
alumbrar la oscuridad. Frente a él estaba un joven, que no era un desconocido:
José Leonardo Blanco Montero, de 18 años, exalumno de la jornada nocturna del
mismo plantel.
Según versiones recogidas por las autoridades, el vigilante
reaccionó con un machete para defenderse. Pero el joven, en un ataque
fulminante, lo apuñaló repetidamente. La violencia fue tal que José Luis no
tuvo oportunidad de pedir ayuda. El agresor, que habría sufrido una herida leve
en una mano, huyó del lugar. El cuerpo del vigilante fue encontrado frente al
colegio, en plena calle 77.
Horas después, en un operativo relámpago, la Policía
capturó al presunto homicida. Fue presentado ante un juez de control de
garantías, que le dictó medida de aseguramiento intramural mientras avanza la
investigación. Aunque hasta el momento no ha sido posible probar un intento de
hurto, testigos cercanos a la institución afirman que el joven habría ingresado
al colegio con intenciones ilícitas.
Este crimen no solo enlutó a una familia trabajadora,
también expuso la dura realidad que enfrentan muchos vigilantes en Ibagué:
trabajan solos, sin acompañamiento, sin radios de comunicación eficientes, sin
cámaras en buen estado, sin apoyo inmediato. La mayoría labora durante la
noche, con salarios bajos y una responsabilidad inmensa sobre sus hombros:
cuidar vidas y bienes ajenos sin que nadie cuide de la suya.
José Luis había apostado por el futuro. Con su nuevo título
universitario soñaba con mejores oportunidades. No esperaba morir en el puesto
de trabajo que ocupaba mientras llegaba algo mejor. Su familia, amigos y
vecinos aún no entienden por qué alguien que conocía el colegio, que alguna vez
saludó a ese mismo vigilante, fue capaz de arrebatarle la vida.
En medio del dolor, su esposa viajó desde Bogotá para
despedirlo. En redes sociales, compañeros de estudio, familiares y ciudadanos
anónimos exigen justicia y piden que este caso no quede en el olvido.
La historia de José Luis no debe repetirse. No puede seguir
siendo normal que quienes nos cuidan estén desprotegidos. Que se enfrenten
solos a la delincuencia. Que trabajen como si fueran prescindibles, cuando en
realidad son la primera línea de defensa de nuestras escuelas, nuestros hijos,
nuestra seguridad.
José Luis Ríos no volvió a casa. Y con él se fue una parte
del alma de Ibagué. Lo mataron en su trabajo, pero lo que realmente lo mató fue
un sistema que no valora la vida de quienes nos cuidan mientras dormimos.
POR: Redacción Judicial El Irreverente Ibagué