En el colegio Exalumnas de
La Presentación de Ibagué aún resuena el silencio abrupto que dejó S, una niña
de apenas 12 años que el pasado 20 de mayo cayó desde el décimo piso del
edificio Vila Nova, en un caso que hoy enluta a su institución, conmueve a la
ciudad y pone sobre la mesa una vez más la urgencia de hablar sin evasivas ni
tabúes sobre la salud mental infantil.
La comunidad educativa aún
no se repone del golpe. El día del suceso, el colegio celebraba el Día de la
Familia. “Fue una jornada hermosa, llena de mensajes sobre el amor y el valor
del hogar”, recordó el rector Javier Vásquez, con voz serena pero cargada de
dolor. En medio de ese escenario de esperanza, la noticia sobre Sofía cayó como
un rayo y lo cambió todo. “Nunca imaginé vivir un caso así en mis 17 años al
frente de esta institución. Hemos orientado muchas vidas, pero esta vez, no lo
logramos”.
S, había llegado al
colegio en grado quinto. Vivía con su abuela y no tenía una presencia clara de
sus padres, aunque contaba con el apoyo económico y afectivo de dos personas
que residían fuera del país, a quienes llamaba sus “padres adoptivos”. “Era una
niña amable, generosa con sus amigas, pero con episodios emocionales
complejos”, recordó Vásquez.
En los registros
académicos y de orientación quedó constancia de una historia marcada por las
heridas invisibles: autolesiones, señales de ansiedad y un boletín de su
colegio anterior, Los Sagrados Corazones, que recomendaba trabajar el manejo de
sus emociones. Aunque se activaron rutas de atención y la niña expresó sentirse
feliz en ciertos momentos, algo dentro de ella seguía quebrándose, lentamente.
“La ruta de atención se
activó, se remitió a salud mental, pero ahí es donde falla el sistema”, lamentó
el rector. “Muchos casos se quedan estancados. La EPS da una cita, a veces otra
a los tres meses, y si la familia no sigue el proceso, todo se diluye”. No era
solo S: otros niños del colegio enfrentan situaciones similares. Maltrato,
violencia intrafamiliar, trastornos del desarrollo y la ausencia de figuras
parentales estables se combinan en un caldo de cultivo silencioso, que pocas
veces recibe atención real.
En su relato, Vásquez no
evade la responsabilidad, pero lanza una crítica fuerte al sistema. “Los
colegios hacemos lo que podemos. Capacitamos, escuchamos, activamos rutas,
creamos espacios como el ‘Convitren’, que invita a ‘subirse a la vida’. Pero
esto no se arregla con una charla. Se necesita compromiso, continuidad y
recursos del sistema de salud, y sobre todo, una red familiar presente y
amorosa”.
Hoy, el colegio acompaña a
las compañeras de S con ayuda psicológica, mientras intenta curar una herida
que no sanará fácilmente. “Cada pérdida como esta nos obliga a mirarnos, a
dejar de ignorar las señales. No podemos seguir normalizando que una niña viva
sin el afecto de papá y mamá, o que un intento de autolesión sea algo
pasajero”, reflexionó el rector.
S. se fue en silencio,
desde una altura que ahora parece simbolizar el abismo entre lo que sentimos y
lo que decimos, entre lo que duele y lo que se oculta. Su historia es un grito
que pide ser escuchado. No solo por ella, sino por todos los niños que, como
ella, aún siguen esperando que alguien los vea, los escuche y les diga: súbete
a la vida.
POR: Redacción Judicial El Irreverente Ibagué